martes, 17 de febrero de 2009

Écrire


Decía Marguerite Duras que no entendía qué hace con su tiempo la gente que no escribe. Yo llevo un par semanas sin escribir, casi, haciendo lo que se supone que puede hacer la gente que no escribe. He cocinado, he dedicado algo de tiempo a llamar a amigos con los que llevaba siglos sin hablar, he salido de casa, he hecho ejercicio y, básicamente, me he dedicado a dar clases prácticas de conducir con la ¿ingenua? pretensión de aprobar el examen algún día y tener el carnet. Ahora ya sé qué se puede hacer con el tiempo cuando no se escribe. Y me gusta.

Cuando no escribo, pienso que está bien dedicarse a otra cosa y no escribir. No andar a todas horas con la cabeza metida entre las letras de un teclado, aunque no se esté delante de un teclado. Pero cuando escribo pienso que no hay nada igual. Que cualquier otra actividad es secundaria y aplazable. ¿Se deberá a que soy un prototípico animal de costumbres y que, por tanto, me dejo arrastrar por la rutinaria disposición del día a día (sea cual sea esa disposición y sea cual sea ese día a día)?