viernes, 14 de noviembre de 2014

Mark Hollis de nuevo

Me resulta inevitable regresar una vez más a Mark Hollis y a su mutismo musical. Ya hablé aquí de este músico que optó por el silencio, pero vuelvo a su historia porque me pregunto si esa ocultación suya no se habrá debido, además de a un deseo de huida de multitudes y entrevistas absurdas, a un perfeccionismo extremo, a una búsqueda de lo sublime, a un deseo de lograr lo que nadie logra con facilidad, que puede resultar tan dañino y tan paralizador. A veces sucede que lo que se obtiene no coincide con lo que se quería obtener. Las pretensiones creativas pueden ser muy altas y aunque para los demás el resultado sea excelente, si no lo es para el que tiene la música, el texto, la intriga en la cabeza, la frustración se presenta como algo insalvable, y la sensación preponderante es la de que se ha fracasado. Entonces se puede llegar a optar por el silencio.


Entiendo cualquier búsqueda natural de silencio y la comparto y estoy de acuerdo con las declaraciones de Mark Hollis en las que afirma que antes de tocar dos notas hay que tocar una primera nota y que no se ha de pulsar esa nota a no ser que se tenga una buena razón para hacerlo. Ocurre lo mismo con las palabras: ha de buscarse la palabra justa, bregar por dar con esa palabra y dejarse de artificios que intenten disimular la incapacidad de la palabra elegida para expresar lo que queríamos expresar. Si en prosa es importante, en poesía es esencial: deshacerse del ruido en la música y del ruido en el texto.



Pero una cosa es deshacerse del ruido y otra caer en el silencio absoluto y el abandono. Debe de ser terrible llegar ahí tras un proceso de insatisfacción continuada. De todas formas, imagino que el afán creador se mantiene y que ese enmudecimiento externo es sólo una expresión visible de descontento e inconformismo, y no el reflejo real de un definitivo silencio interior.